Análisis :: Desafortunado en el juego…

| el 13/01/16 a las 11:30 pm. | 3

«No puedo negar que siempre me he sentido afortunado por hacer de una pasión un trabajo. Algo muy jodido de conseguir en esta sociedad preparada para fabricar licenciados en un molde similar al que usan con las galletas Oreo»

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Tres cerezas, dos limones, una corona. Tres sietes, una herradura, dos joker. Son las 6 de la mañana y mientras cruzo el lobby del hotel para largarme de Reno, el ruido de las máquinas tragaperras me despide con coros de jackpot, million dollar prize y winner winner, chicken dinner. Turistas japoneses con gorros, gafas de sol y enormes vasos llenos de monedas y billetes, pulsan los botones con su mano derecha de manera autómata y repetitiva. Cada 20 pulsaciones, se limpian con jabón anti bacterias. No hay relojes que controlen el tiempo en Reno. No hay espejos, ni siquiera hay paredes. Tampoco hay caras felices. De hecho, ni veo expresiones en las caras. Si a las 6 de la mañana estás sentado en una mesa de Black Jack, con un whisky en tu mano izquierda y unas cuantas fichas de 10 dólares en tu mano derecha, eso es que la noche no está acabando muy bien. Así es como debe de ser. Así es en los casinos de medio mundo. No podía ser una excepción en esta pequeña ciudad vomitada en el medio de Nevada. Reno, «The biggest little city in the world«. O eso dice el luminoso que apenas acierto a fotografiar desde el coche.

Fotos portada: Mike Thomas. Resto fotos: Alberto Álvarez

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No hay tigres en el cuarto de baño, ni asiáticos en el maletero, ni amigos a los que les falta un diente. Reno es una estación de paso. Un lugar donde cenar y dormir sin sentirte parte de nada, calentando unas sábanas que nunca llegan a enfriarse. Casi acomplejado por pasar por un casino sin gastar un cuarto de dólar. Esperamos que su estancia en el Silver Legacy haya sido agradable. No lo dudes… Esperamos verle pronto de vuelta, señor. Lo dudo mucho…

Pasé 9 horas en Reno, 55 horas entre 8 vuelos y 6 aeropuertos, 40 horas en Downieville y 8 horas subido a una mountain bike. Salí un lunes de mi casa en el norte de Noruega y volví a la misma un viernes por la tarde. Somos un negocio tan apasionado, que obviamos los largos y cansados viajes en pos de la pasión que sentimos cuando hacemos lo que más nos gusta; montar en bici. Nos convertimos en seres unicelulares cuando nos sientan en un sillín, nos ponen una mochila en la espalda y nos dicen en la dirección en la que comienza el camino. A partir de ahí, no nos hagas pensar en otra cosa que somos incapaces. Y eso es lo que hice en Downieville, California. Un pueblo de apenas 250 habitantes donde Santa Cruz Bicycles presentó hace unos meses un puñado de modelos nuevos.

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No puedo negar que siempre me he sentido afortunado por hacer de una pasión un trabajo. Algo muy jodido de conseguir en esta sociedad preparada para fabricar licenciados en un molde similar al que usan con las galletas Oreo. Los que montamos en bici carecemos de título. Las asignaturas se cursan a base de ‘hostias’ literalmente y los clics de rebote y compresión son aprendidos después de años y años ensuciándote las manos de aceite y grasa. Pero la vida de vez en cuando te da cosas bonitas. Te sube a un avión, o a cuatro y te lleva a montar con tipos como Josh Bryceland, mientras tu adoras la bendita ración de polvo y de piedras que Ratboy lanza sobre ti. Momentos que nos recuerdan porque estamos metidos en este negocio. Un negocio en el que los que jugamos a periodistas de tres al cuarto, volcamos nuestros sueños de adolescentes en trabajos reales que llegan a cientos de miles de personas. Cada clic de internet, es un tipo que pedalea como yo. Multiplicado por dos ruedas, los clics de Montenbaik forman todo un pelotón de apasionados que salieron mal de esa fábrica de galletas y venimos “tarados” de serie.

Los que tenemos la posibilidad de utilizar el mountain bike como sesiones terapéuticas gratis, al aire libre y sin pastillas debajo de la lengua, podemos sentirnos afortunados de tener una vía de escape en esta sociedad tan viciada de pesimismo, estereotipos y pasividad. Puedes ser desafortunado en el juego (como yo), desafortunado en el amor (yo no), pero nunca serás desafortunado en el mountain bike, te lo aseguro.

 

Artículo publicado en la revista digital gratuita MTB PRO número 34.

Comentarios y Opiniones: 3

  • inspirador compa, siempre inspirador… Saludos

  • Amigo. Reno es un lugar, que merece la oportunidad de ser explorado.
    Sus entrañables habitantes han ganado largamente este privilegio.
    Pescar en el río cristalino rodeado de casinos es una experiencia delirante y que te hace reflexionar sobre tan evidentes contrastes.
    Ópera en Reno, teatro, ballet, bowling, Reno Air Races… Son algunas de las sólidas actividades sociales y por añadidura….su naturaleza, que provee miles de
    «pinchazos» desérticos a los neumáticos de las bicis. Asociados al inminente ataque de una
    víbora de cascabel. Adrenalina pura.
    Pido tan sólo una visita alejada de los casinos y su mundillo alienante.
    Felicitaciones por tu relato.

    Un abrazo.

    José Alcayde L. Alias DoctorCarbono (m.r.)
    Casablanca – Chile.

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